¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?
Rubén Darío
Caminando por las calles de la ciudad de Estelí, Nicaragua, la capital centroamericana del tabaco, se puede sentir que el viento que agita el aire no es de humo (toda la producción es exportada) y oculta mucho más que la mezcla de gas carbono de los autos importados de gringolandia, del olor del sudor de las pasivas y domesticadas jóvenes trabajadoras de las fábricas de puros, y de las pocas flores solitarias perdidas en las montañas. Los pasos de Sandino están inscritos en los nuevos y viejos caminos de la ciudad y senderos del campo, que bajo la dictadura de la familia Somoza, patrocinada por los EEUU, al ser victimada por un fuerte bombardeo llegó a ser llamada de la “Guernica de América”. Estelí, ciudad rebelde, escenario de tres grandes insurrecciones, hoy es gobernada por la Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). La imponente bandera Rojinegra espanta los ojos a la primera vista, ubicada que está en la misma plaza de la alcaldía. Pero lo que significa, hoy, un gobierno sandinista?
Augusto Cesar Sandino, el comandante campesino, hijo ilegítimo de una mujer pobre con un adinerado productor de café, fue un importante personaje en la lucha de liberación de Nicaragua cuando de la ocupación militar yanqui, en períodos de los siglos XIX y XX. Tal como Pancho Villa en México, empezó él su vida de rebelde al disparar en un terrateniente a causa de algunos malos comentarios que había hecho sobre su madre. Huyendo de la ley y de una probable venganza de los familiares del finquero, se fue a Honduras, Guatemala y México, donde trabajó como bracero. El México, tuvo la suerte de convivir con diversos grupos antiimperialistas, socialistas, comunistas y anarquistas, de modo más cercano con esos últimos (tal vez de allí la origen de la bandera rojinegra sandinista). Pero en Nicaragua se convirtió en el más vigoroso defensor del nacionalismo y del antiimperialismo. Por supuesto, hay que entender el hombre y su tiempo, y exigir que Sandino fuera el mentor y dirigente de cualquier variante del socialismo bajo un país efectivamente ocupado por fuerzas militares extranjeras, es hacerse insensible a la realidad.
Era sí, un eminente líder popular y militar. Las historias y relatos de sus las batallas en contra los marines estadunidenses son de facto increíbles, a considerar su origen y las condiciones materiales de sus soldados. Sandino seguramente es uno de los responsables por alzar la lucha de guerrilla en expresión militar de la lucha política los subalternos en lo siglo XX. Y como casi todo rebelde popular, su fuerza venía de su buena inserción en el seno del pueblo, y su derrota, así, solamente podría se dar por la traición.
Con su asesinato, en 1934, y la llegada en el poder de la dinastía Somoza (que gobernó de 1936 hasta 1979), muchos luchadores sociales se inspiraran en su ejemplo para enfrentar la dictadura. De ese modo nasció la Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), en 1961. Un movimiento armado esencialmente orientado para derrumbar el gobierno tirano, aunque fuertemente influenciado por las experiencias socialistas existentes, y agregando la realidad de expoliación colonial y dominación imperialista presente, nacional-liberador.
La FSNL logró recomponer en su sustrato de ideas la lucha de liberación nacional con elementos del marxismo y del cristianismo (como la teología de la liberación, contando inclusive con curas comandantes y guerrilleros). La historia de las luchas de liberación nacional en buena parte de Asia, África y Latinoamérica se dio mediante una recepción muy particular del marxismo, que de alguna forma tiene que ver con el papel internacional de la Unión Soviética. De modo que el marxismo, código corriente entre los dirigentes del sandinismo de los años 1960 y 1970, con la caída de la URSS, se tornó un aspecto secundario de su ideología.
En 1979 la FSNL logró hacer su revolución, con la toma de la capital en un proceso de rica movilización popular. Lo que se conoció como la Revolución Sandinista tuvo un fuerte impacto en el mundo, especialmente cuando buena parte de los agrupamientos políticos de izquierda ya desechaban la posibilidad de conducir algún tipo de lucha armada de liberación. La neta es que el gobierno revolucionario sandinista jugó un importante papel en la reducción del analfabetismo y en políticas que mejoraran la vida de buena parte de la población más pobre, en un noble esfuerzo de planificar una precaria economía que todavía aun consideraban como mixta. El problema principal vino con la prolongación de la guerra, estimulada por la antigua oligarquía vencida y elementos del viejo ejército nacional, directamente financiados, armados y entrenados por el gobierno de los EUA. Así nacieran los “contras” (o contra-revolucionarios), ni todos nicaragüenses, pero muchos centroamericanos, dirigidos por ex militares yanquis jubilados que buscaban ganancias y aventuras en las selvas de Nicaragua. Los enfrentamientos se seguían al largo de los 10 años de gobierno revolucionario, dejando un saldo de más de decenas de millares de muertos, bien como la destruición de grande parte de la infraestructura del país.
En 1989, en acuerdo con las principales fuerzas que representaban los contras en el país, los sandinistas lograran un acuerdo de paz, garantizando amnistía a todos los involucrados en la guerra, y sometiendo el gobierno a nuevas elecciones. De facto, el período se representaba por una restricción del apoyo internacional de los dos grupos. De un lado, la crisis de los países socialistas, de otro, los problemas internos y externos de los EUA por su participación directa en el conflicto. Con las elecciones, venció la derecha, en su versión más corrupta y neoliberal, que gobernó en tres diferentes períodos a través de otros partidos, privatizando y asaltando el Estado.
En 2006, otra vez los sandinistas se han vuelto al gobierno, con su viejo comandante, Daniel Ortega, ahora presidente. La quistión más difícil de comprender es que la FSLN parece nunca haber expresado con clareza su verdadero propósito. Aunque se apoyando en el bloco socialista, y teniendo entre sus cuadros importantes dirigentes que profesaban el marxismo, el cristianismo siempre tuvo un peso significativo en su discurso, y como su objetivo fundacional era la lucha contra la dictadura de Somoza, logrando el hecho, heredó la tarea dura de conducir y reconstruir un país en permanente conflicto.
Hoy los sandinistas son gobierno, 16 años después del final de la guerra. Y me parece que ellos padecen de algún tipo de esquizofrenia política, posiblemente por el agotamiento de las ideas que los guiaban como fuerza histórica. La contradicción es que llaman a una reconciliación que ya fue hecha. Llaman por una unidad nacional que ya existe (aunque no sea la unidad nacional de sus sueños). Hablan todavía en fuerte tono revolucionario, aunque revolucionario entre ellos significa solamente ser antiimperialista y en favor de los pobres. Sí, como los franciscanos (y hay muchos por acá) revelan su opción preferencial por los pobres. Pero como Lula en Brasil, pretenden erradicar el hambre con distribución de becas o pequeños auxilios dados a la población. No hay proyectos o estrategias de desarrollo, de superación de la dependencia. El gobierno sandinista es el gobierno de la filantropía nacionalista cristiana institucionalizada. Tal como la vieja derecha conservadora y moralista, basa su discurso en los valores de la familia y en la fuerza de la fe en Dios, sólo que, en lugar de mantener, para cambiar las cosas. Pero cambiar para donde? Para un Estado benefactor que, junto con la ayuda de la burguesía productiva, la iniciativa privada, las organizaciones no gubernamentales, del gobierno de Venezuela y del cubano, se pueda gobernar para los pobres. Insisto: gobernar para los pobres. Gobernar: someter poblaciones al controle autocrático del Estado, mediante un conjunto de burócratas o funcionarios especializados en hablar la lenguaje de los números o cifras, dirigidos por un pequeño estamento de hombres y mujeres carismáticos con capacidad de convencer el pueblo de que todo esa orden le es buena. Pobres: la base de la pirámide social, el piso inferior de la estructura estratificada socio-económica, o sea, gente explotada, humillada y oprimida. Y mismo gobernar para que sigan menos pobres, en la mejor das intenciones, no cambia mucho: gobernar para los pobres significa gobernar los pobres, manteniéndolos en esa condición (del contrario, ¿para quién se gobernaría?).
Así se hace posible hoy hablar de un gobierno sandinista en Nicaragua, tal como podemos hablar de un gobierno del partido de los trabajadores en Brasil, o de los socialistas en Chile. Lo máximo que puede alcanzar como administradores del Estado con buena consciencia es ser buenos proveedores de servicios de asistencia social, y eso se las condiciones los permiten, claro, porque la sacrosanta macroeconomía no se la puede manejar ni por los más sinceros impulsos franciscanos.
La desafortunada conclusión es que Daniel Ortega se convirtió en el peor prototipo de político que la democracia liberal puede producir: el líder personalista y narcisista, que habla por su partido, como se fuera el propio partido, siendo electo mediante un pacto hecho con su enemigo (el ex presidente Alemán, reconocido líder de los contras y acusado de corrupción al largo de su gobierno) para alterar las reglas electorales, que lo benefició.
Considerando que el suceso de la izquierda del siglo XXI está directamente relacionado con su capacidad en, haciéndose fuerza protagonista en el interior del Estado, articular inversiones privadas y donación internacional para gobernar para los pobres, sinceramente y con el perdón de la expresión, estamos jodidos. Hasta la socialdemocracia del comienzo del siglo XX era más avanzada. Se no hablamos en democracia rescatando su sentido pleno, cual sea, de autogobierno, de control popular sobre el presupuesto y la agenda pública, de revocabilidad de mandatos, así como de la introducción de mecanismos de control obrero en las fabricas, haciendas y empresas (la dimensión económica de la democracia), no avanzamos, retrocedemos . Esas me parecen las mínimas exigencias que cualquier fuerza de izquierda debería tener en mente, si se pretende superar el capitalismo y hacer alguna revolución. Son cosas viejas, pero hoy menos quiméricas que nunca, pues no tienen nada que ver con lucha armada o insurrección (aunque estos tengan sido los momentos preferenciales de sus manifestaciones y exigencias), tienen que ver con las relaciones sociales que producen y reproducen ese mundo y el capitalismo. En algunas partes se pueden alcanzar con la utilización de instrumentos institucionales (como Bolivia y Venezuela, de algún modo), en otras con la desobediencia civil y la lucha pacífica antiestatal (como en Chiapas, México). Pero todas están esencialmente relacionadas con una sólo cosa: la disposición de un grupo de personas en ciudades, estados, o mismo en un país entero, en cambiar las relaciones entre las personas y lo que se entiende por gobierno y por la producción. Todas obviamente con sus riesgos: las inminentes amenazas de golpes, de guerra, de militarización, etc.
Seguramente Sandino no fue un comunista, o un anarquista, o alguien que profesase la superación del modelo de sociedad que vivimos. Era sí un honesto luchador social, un campesino explotado y humillado que, hecho héroe de la liberación nicaragüense, se tornó, con justicia, un símbolo de las luchas de autodeterminación de todos los pueblos. Pero la autodeterminación no tiene su límite en las fronteras nacionales, o no se termina en ellas. Autodeterminación, como el propio nombre indica, es la capacidad infinita de auto crearse, auto regularse, auto dirigirse, que implica hasta en auto inventarse. Y cerrarse en los marcos del Estado-Nación, de la democracia liberal y de la economía de mercado, creyendo que la independencia frente a las otras naciones es el reto más importante de lo que se entiende por soberanía, es asumir como natural y perpetua todas las determinaciones societarias que permiten la manutención de la explotación y la dominación del hombre sobre el hombre, significando, pues, una piedra a más en el zapato de cualquier proyecto más generoso de emancipación.
Bajo la inquieta luna de la ciudad de Granada, Nicaragua, 30 de julio de 2008.
Cassio Brancaleone